top of page

Yo no nací en una casa común.

Nací en una clínica de humanos… y a los tres días llegué a casa. Pero mi casa, en realidad, también era la veterinaria de mi padre.

Sí, porque mientras otros crecían entre juguetes, yo lo hice entre jaulas, ladridos y bisturís. Mi viejo no llegaba a casa… porque ya estaba ahí. Su vida y su vocación eran la misma cosa. Y yo lo miraba trabajar incansable, con esa calma y esa entrega que tienen los que nacieron para sanar.

Para mí, era un superhéroe. Sin capa, pero con una bata blanca y un corazón gigante. Y yo, con los ojos bien abiertos, decía: “Cuando sea grande, quiero ser como él.”

Pasaron los años. Me caí, me levanté, aprendí. Y un día, me vi ahí: con un paciente frente a mí, una familia confiando, y una responsabilidad inmensa entre las manos. Ese día entendí que ahora yo también soy ese superhéroe para alguien.

Hoy mi viejo sigue vivo, con sus 81 años bien vividos y una sabiduría que no se apaga. Y yo lo sigo mirando como el primer día: con admiración, con gratitud, con orgullo. Porque gracias a él entendí que no se trata solo de curar animales… se trata de dar esperanza. De dejar huella.

Y cuando algún niño me dice: “Yo quiero ser como tú”, yo sonrío y pienso:

"Ojalá algún día te vean como yo lo sigo viendo a él."

Comentarios


  • Facebook
  • X
  • Instagram
  • TikTok
bottom of page